El Espíritu habrá alcanzado nuestra piel si toda nuestra persona respira y vive el aire de Jesús, es decir, si –como le pasó a María de Nazaret- nos hemos dejado configurar por el Espíritu de Dios hasta que Cristo se forme en nosotros y nos vaya convirtiendo en criaturas nuevas.
Entonces viviremos los valores evangélicos de un modo casi natural, sin voluntarismos ni perfeccionismos sino como fruto de haber descubierto la verdad de nuestro ser, de habernos dejado alcanzar por la fuerza del aliento de Dios que nos prometió en Jesús y que la comunidad primera acogió con asombro de tal modo que aprendió a respirar el "aire de Jesús" hasta que su Espíritu se reveló
en cada uno de sus miembros a "flor de piel".