13 de octubre de 2014

¿Dónde he encontrado a Dios?

¿Dónde he encontrado a Dios?

Más bien ha sido Dios quien me ha salido al paso. Soy Mª de Setefilla, y este verano he vivido un encuentro con el Señor en Perú. Buscó y buscó, y ha sido Él quien se ha encontrado conmigo al enviarme a la misión en Picota, un pueblecito precioso al norte de Perú en el que he estado durante todo un mes.
Y la gente podrá pensar, ¿tan lejos hay que irse para encontrarse con Dios? Pues bien, es que se trata de un encuentro muy especial, y es Dios quien nos llama para tenerlo, y es por ello que me siento tan privilegiada. Él me ha elegido a mí para vivir esta experiencia de la cual me traigo muchísimos momentos muy profundos que se quedarán siempre en mi corazón, y que me han ayudado a crecer en lo personal y en la fe.
Al partir, el Delegado de Misiones de Córdoba y mi párroco D. Antonio Evans, a quien le estoy eternamente agradecida por quererme tanto y por acompañarme siempre en la fe, nos despidió con unas “premisas” para vivir este viaje: “Por ti, como tú, contigo”. Debíamos ir a la misión por el Señor y en su nombre, debíamos actuar como Él actuó, amando a aquellos hermanos, y debíamos tener siempre presente al Señor en todo lo que hiciéramos, puesto que Él nos acompañaba siempre. Y así fue, estas palabras me ayudaron para ir con más calma y fuerza hacia la misión.
Sin embargo, allí me pareció todo aún más fácil, simplemente había que ser como éramos cada uno, puesto que Dios estaba con nosotros. Confiaba de tal modo en que era Él quien actuaba a través de mí, que me dejé hacer y me dejé llevar por Cristo.
Cuando estás allí, ves a Dios por todos lados. No me esperaba para nada que los peruanos tuvieran a Dios tan presente en sus vidas, y tuvieran una fe tan grande, lo cual me hacía pensar en que incluso era mayor que la mía. Entonces te planteas, ¿Dios me ha enviado aquí para animar en la fe a estas personas, o para que ellos me animen a mí?
En Perú encuentras a Dios hasta en el más mínimo detalle, en esos niños que te abrazan nada más verte, incluso sin conocerte; en todas las personas que te ofrecen una sonrisa aun sin saber quién eres; en esas familias que luchan cada día por su fe; en esos padres que lo dan todo para que sus hijos lo tengan todo y ponen toda su confianza en Dios; en esas historias de superación, esfuerzo y fe que te cuentan tantas personas; en la labor de esas “madrecitas y padrecitos” (suelen llamar así a las religiosas y sacerdotes) que están allí conviviendo con el pueblo peruano y los acompañan en el camino de la fe; en tantas muestras de cariño y afecto que te ofrecen, incluso de parte de personas que no coinciden en las mismas ideas y religión; en esas personas que viven a tantos kilómetros y comienzan a andar incluso en la noche para poder llegar al pueblo más cercano en el que se celebra misa una vez al mes, o incluso al año… Y aún así siempre están alegres y entusiasmados, porque nada puede apagar su fe. El pueblo peruano es muy diferente al nuestro culturalmente, pero sí que somos muy parecidos en la fe, puesto que todos somos hijos de Dios.
D. Antonio Evans también dijo que hacer grupo era muy importante, y allí nos dimos cuenta de la razón que tenía. El grupo que va a la misión contigo se convierte en tu familia por esos días, pues son las personas a las que ves todos los días, con las que hablas todos los días, con las que compartes los desayunos, comidas, cenas y ratos de oración, y con los que vives momentos de mucha emoción, lo cual pienso que fortalece mucho las relaciones. Además, yo al ser una de las “peques” del grupo, me han cuidado como si fuera una de sus hijos, y han estado pendientes de mí todo el tiempo, y eso es de agradecer.
Tras volver de este viaje, solo tengo palabras de agradecimiento. En primer lugar, gracias a Dios por enviarme allí, y gracias a mis padres, que me han apoyado para tener esta increíble experiencia. Gracias también al misionero javeriano Rolando, quien nos ha acompañado durante este último curso a un grupo de jóvenes cordobeses y a mí para abrirnos los ojos a la misión.

También tengo que dar las gracias a los peruanos que he conocido por ser cómo son, por su forma de vivir la vida, por tener esa fe tan grande y por compartirla conmigo. Cada día me acuerdo de ellos, y los tengo siempre presentes. Perú deja una marca tan grande que tengo la impresión que no se borrará en la vida, y que por muchos años que pasen, voy a llevar siempre esa experiencia en mi corazón. Ojalá Dios me permita volver a vivirla pronto, donde Él quiera, pues es quien más me conoce y quien sabe cuál es el mejor lugar.

Sete Linares Martínez
Córdoba
Delegación de Misiones de Córdoba
(Verano Misionero en la Misión diocesana de Córdoba en Picota, Perú)