16 de noviembre de 2016

Ha llegado una carta: Desde Kinshasa al Valle de los Pedroches


Hola amigos,
¡Ha llegado el momento! Hacía tiempo que lo esperaba. Ese minuto de gracia en el que te sientes empujado a contar cosas. Escribo llevado por el impulso de unos días vividos intensamente en la  Diócesis de Córdoba, (en el Valle de los Pedroches), con motivo de la Campaña del Domund. Qué regalo haber conocido tantas personas y familias que me han acogido en sus casas. ¿Quién acoge a quién en esta casa? Seguro que muchos conocéis la canción de Luis Guitarra que acompaña las imágenes de “Mama Leonor” en los dos vídeos que tenemos de la Comunidad de Vida. Se me amontonan las ideas, las caras, las emociones porque antes de ir a Córdoba a hablar de “Mamá Leonor” y a proyectar los vídeos en Colegios, Institutos, y otros grupos, había ido a Kinshasa a verlos en carne y hueso, a abrazarlos y a dejarme abrazar por ellos. Con la canción en la cabeza y en el corazón. ¿Quién acoge a quién? ¿Quién abraza a quién? Se dice pronto y parece fácil esto de acoger a alguien; casi es una frase hecha. ¡Qué va! Empezando por lo más inmediato, lo que yo he vivido en el Valle de los Pedroches, es un verdadero regalo caído del cielo. Familias que me han abierto sus casas y que me han hecho sentirme en familia; que han querido hacerme compartir su intimidad con sus hijos y con sus nietos. Me han introducido en su trabajo, en sus fiestas  como el 12º cumpleaños de Pablo en el que, con sus padres y los cuatro abuelos, nos reunimos 13 a comer paella y cantar el cumpleaños feliz.  También han querido compartir conmigo sus preocupaciones y enfermedades y han sido tan entrañables que me han contagiado su ilusión y  su entusiasmo. Ellos querían acoger al misionero y soy yo el que me he sentido succionado a lo profundo de su espiritualidad misionera.

¿Y lo que viví en Kinshasa con mi amigo Manu? (¡Gracias a él! Sin él no hubiese hecho nunca este viaje). ¡Inimaginable! Lo nuestro no fue ir a Kinshasa. Lo que hicimos fue volver. ¿Me entendéis? No fui, volví.  Me dejé querer como un niño pequeño sin oponer la mínima  resistencia. La acogida en nuestra familia “Mama Leonor” fue de auténtico delirio; hasta los vecinos del barrio se unieron; me abrazaron personas que seguramente nunca me habían abrazado. Hubo música, lágrimas, recuerdos, sensaciones, olores y sabores familiares  recuperados. Por supuesto la alegría enorme de constatar que aquella comunidad de Vida que comenzó hace ya 17 años sigue dando vida a personas muy concretas que son las que ahora me acogen y me abrazan. Lo mismo puedo decir de las Parroquias donde celebramos los domingos la Misa en un ambiente de fiesta y alegría desbordante. Lo mismo digo de los microbuses que a veces cogí para desplazarme; en ellos me sentía y me sentaba  a gusto en los bancos de madera tan familiares,  a pesar de tener que buscar donde agarrarme porque me había tocado al lado de la puerta, que iba abierta, y podía salir despedido en la primera curva; la mamá que tenía al lado me cedió el sitio y ella ocupó el mío, más expuesto a salir por la tangente. ¡Risas, comentarios y yo en la gloria! aquello era mi vida. Caminando por Matete entre barro y basura mirando bien dónde pisaba porque podía  caer en una alcantarilla (estuve a punto), tropezar con una chatarra de hierro abandonado… y oigo que alguien grita mi nombre:  pèreSantiii! Es casi de noche y tengo que adivinar de dónde viene el grito e ir  hacia la mamá que vende cacahuetes para  abrazarla y dejarme abrazar. Y otra voz al poco rato y otra y otra…père Santi! Nunca me he sentido menos extranjero en Kinshasa. Ellos han querido que me sintiera de allí.
Y allí me quedé. En el Valle de los Pedroches, por todos los pueblos por donde he pasado, en todas las Parroquias, en todos los Institutos, Colegios, Grupos donde he tenido que hablar no he sabido decir otra cosa que la suerte que tengo de saberme querido, abrazado  y acogido por Nedda, Gloire, Alain, mama Titi, Louise, Bibiche, Amos, Racheté, Moïse, Benjamin, tata Felix, tata Mbuta… mama Laurette, Suzanne, Kizita, Mabinda, Jules… les he enseñado sus rostros, sus sonrisas, sus poses, sus muecas, su vida. Diez  días completos hablando desde la mañana hasta la noche de África, del Congo, de Kinshasa y de la Comunidad de vida Mama Leonor.

 Un mundo nuevo no sólo es posible sino que ya lo estamos realizando y haciendo visible. El amor es la mayor fuerza revolucionaria que existe y yo soy testigo de ello. El amor sana, transforma, embellece, da vida, devuelve a la vida. Esa sigue siendo la experiencia de los que vivimos en Mama Leonor. ¿Quién escucha a quién cuando hay silencio? Mama Leonor nos invita al silencio ante el misterio. ¿Quién acoge a quién en esta casa?. ¿Quién empuja a quién si uno no anda? ¿Quién recibe más al darse un beso?

Eso, muchos besos para tod@s
Vuestro amigo Santi               
                                                                                      
P/D ¡¡Esta carta me ha salido un poco loca y desordenada como la vida misma!!.