¿Quién nos envía? Es la Iglesia la que nos encomienda la tarea de ser testigos con nuestra vida y nuestra palabra del Evangelio de Jesús para todos los hombres, empezando por los que tenemos cerca y llegando hasta los que están lejos, a los que nosotros podemos acercarnos. La Iglesia es misionera porque Cristo la ha enviado al mundo para anunciar la buena noticia de la salvación: “Id y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 28,19). Y Cristo es el enviado del Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Por eso Jesús nos dice. “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21).
El envío tiene, por tanto, su origen en el Padre, que tanto ha amado al mundo que ha enviado a su único Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él, por su muerte y su resurrección. Este Hijo ha dado a su Iglesia el Espíritu Santo, alma de toda evangelización, diciendo a los apóstoles: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. En la misión es fundamental sentirse enviado por Dios en la mediación de su Iglesia, que ha recibido el mandato misionero de ir a todas las gentes. Si se tratara sólo de una iniciativa humana, pronto se agostaría. Si es Dios quien la sostiene, durará por los siglos de los siglos.
¿Para qué nos envía? Para anunciar el Evangelio del amor de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Cuando uno ha encontrado en Jesucristo la respuesta a tantos interrogantes personales que nadie resuelve, no puede callarse, sino que se hace testigo de esta experiencia para comunicarla a los demás. El impulso misionero brota del encuentro personal con Jesucristo en su Iglesia.
Esta tarea misionera encuentra buena acogida, buena tierra que recibe la semilla y entonces da fruto abundante. Pero, a veces, la tierra está dura y la semilla no penetra. Más aún, el anuncio misionero se encuentra también con el rechazo y la persecución revestida de múltiples formas. Es lo que sucede con frecuencia en nuestro mundo occidental, donde muchas personas pierden la fe que recibieron y se apartan de Dios.
La tarea misionera de la Iglesia tiene, por tanto, distintos frentes. Unos más acogedores, otros más reacios e incluso hostiles a la acogida. En unos y en otros, es importante la actitud del misionero, del evangelizador, que ha de tener siempre los ojos fijos en Jesucristo, el enviado del Padre, que anuncia el amor del Padre a los hombres por el camino de la humillación y de la muerte hasta la resurrección. De esta manera, la Palabra de Dios adquiere una humilde potencia capaz de transformar hasta los corazones más duros, porque es más fuerte la gracia que el pecado, es más fuerte el amor de Dios al mundo que el rechazo que el mundo tiene hacia Dios.
Muchos hombres y mujeres misioneros nos dan testimonio de esta entrega de la vida por llevar la buena noticia de la salvación a todos los hombres, padeciendo todo tipo de carencias y despojos, e incluso hasta el martirio. El DOMUND es ocasión de traerlos a la memoria, y el testimonio de estas personas de vanguardia nos estimula a todos a contribuir en el compromiso misionero con la oración que aviva el fuego del impulso misionero, con la colaboración personal, que sostiene la misión, con nuestra colaboración económica, quitándonoslo de otro sitio. España es uno de los países más generosos de la Iglesia católica en esta empresa, aportando personas y dinero. Animamos a los jóvenes y a los niños a ser misioneros desde ahora, porque la propia fe se fortalece dándola, y en la medida en que la recibimos hemos de contribuir a su onda expansiva, que beneficie a toda la humanidad.
Con mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba