Esta tercera y última crónica de nuestra Misión en Paraguarí ha
sido escrita un poco tarde; y, aunque llevamos ya un mes de vuelta en España,
aún no se han apagado en nuestro corazón los buenos momentos compartidos con
tantas personas. Son dos palabras a resaltar: “compartir” y “amistad”.
Los paraguayos usan mucho el verbo “compartir”. Para ellos, todo encuentro con otras personas pone acción esos resortes físicos y espirituales que hacen que sean momentos especiales. No vamos a decir que ahora es cuando hemos comprendido lo profundo de esta palabra. No. Pero estar junto a esos niños y niñas, visitar a los enfermos y a los mayores en sus propias casas, celebrarla Eucaristía con las
personas de las “capillas” aunque fuese tras un arduo viaje por carretera y a
veces algo lejano,… Eso ha sido compartir. Compartir la fe, la alegría, la
sencillez, tantas cosas que contar, la educación y la manera en que nos
recibían, siempre con sonrisas en los ojos y en los labios, sin parar de agradecernos
que le hubiésemos visitado.
Los paraguayos usan mucho el verbo “compartir”. Para ellos, todo encuentro con otras personas pone acción esos resortes físicos y espirituales que hacen que sean momentos especiales. No vamos a decir que ahora es cuando hemos comprendido lo profundo de esta palabra. No. Pero estar junto a esos niños y niñas, visitar a los enfermos y a los mayores en sus propias casas, celebrar
“Amistad”
en guaraní se dice “angirü”. Una palabra compuesta por “ánga”, “alma”, e “irü”,
“compañero”. O sea, “compañero del alma”. Tiene una connotación tan profunda
como hermosa. Compañeros en la misma fe y en la misma esperanza, eso nos han
venido a decir los hombres y las mujeres, los ancianos y niños y jóvenes, los
enfermos y los necesitados de Paraguay. Nos faltan palabras para agradecerles a
ellos, que tanto nos han dado, a manos llenas y a corazón abierto, y a Dios que
nos ha cuidado y ha sabido marcarnos la ruta a seguir en estos días.
Una
frase queremos dejaros, al final de esta crónica. El lema que tienen las
Obreras del Corazón de Jesús en su escudo. Estaba en cada una de sus casas,
siempre en la capilla, en un lugar destacado, pero también en sus labios y en
sus corazones, que ahí estaba bien anidada y de ahí era de donde surgía
espontáneamente. Está tomada del Evangelio, de la misma boca de Jesús: “La mies
es mucha”.
Cierto.
Es mucha. Siempre lo será. Pero también será cierto que siempre habrá muchos
corazones que se sientan movidos por este ansia del Salvador, de su Divino
Corazón, que actúe como resorte para continuar la única misión que Él nos dejó,
por su importancia: sembrar y sembrar, acá y allá, sin desfallecer, su Palabra,
con pobres hechos y más pobres palabras, pero confiando en que Él dará
crecimiento y fruto. Abundantes.
Acabamos
con la invocación que nuestras queridas Obreras ponían en cualquier momento:
“Sagrado Corazón de Jesús, ¡en Vos confío!”. A Él rogamos por ellas y por los
amigos de Paraguay, que también han quedado sembrados para siempre en los
corazones de estos tres aprendices de misioneros: Cristina, Juan Ignacio y
Miguel. Amén, que así sea.
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