Acompañado de tres personas increíbles,
únicas y diferentes, que hacían de este grupo heterogéneo un gran equipo, el
pasado 18 de julio comencé una nueva aventura en mi vida, una experiencia
misionera, en la provincia de Picota, en Perú. Guiados por los sacerdotes D.
Francisco Granados y D. Rafael Prados hemos ido descubriendo esta provincia de
la selva peruana donde muchas personas viven la Fe de manera apasionante, especialmente los
animadores de cada comunidad de católicos en los numerosos poblados.
Este mes destaca por el vivir en Cristo
cada día, en las numerosas y variadas actividades que hemos realizado ya sea
jugando, cantando, orando, pintando y rehabilitando iglesias, cocinando, dando
catequesis, etc. Ha sido un mes de compartir nuestro tiempo, la alegría, las
ganas de aprender, de cantar y más importante la Fe que nos une. Hemos tenido la suerte de poder
compartirlo en diferentes y maravillosos lugares como en colegios, en los
poblados y sus iglesias, en la peregrinación de jóvenes a Shamboyacu o en sus
propias casas con los más mayores y los enfermos. Quiero resaltar el carácter
inocente de los niños que transmitían una alegría y cariño que nos cautivaba a
pesar de que llegábamos como completos desconocidos y además nos demostraban
una gran generosidad con sus compañeros y familia.
Vuelvo al tópico de que “te llevas más de
lo que dejas” pero siempre se cumple. He aprendido a apreciar la presencia del
sacerdote y la suerte que tenemos de poder elegir un horario de misa ya que
muchas comunidades disfrutan de su presencia y de la Eucaristía apenas tres
o cuatro veces al año. En estas circunstancias aparece la figura del animador,
alma de la comunidad católica, de los cuales he escuchado testimonios para no
olvidar, motivados en su misión por una Fe tan fuerte que les hizo, en esta
ocasión, llegar a un retiro de formación que supuso un viaje de un día para los
más alejados caminando, a caballo o en “carro”. He visto en todos ellos la humildad y la sencillez. Te acogen y te dan todo lo que
tienen. Realmente nos ven como hermanos, hijos de un mismo Padre.
Por tanto, a día de hoy tras un mes de
misión en Picota me queda dar gracias. En primer lugar a Dios sin el cual no
hubiese tenido sentido este viaje y a nuestra Madre María, pilar fundamental en
esta experiencia. En segundo lugar, a la Diócesis de Córdoba, especialmente a la Delegación de Misiones
por la dedicación y organización de esta misión, junto a los “padrecitos” por
hacernos sentir como en casa y acompañarnos a lo largo de este mes. Y por
último, a todas aquellas personas y nuevas amistades que han formado parte de
esta misión creando algo especial e inolvidable. Muchas gracias.
¡Esperando poder repetir!