José María Calderón
Director de OMP en España
Todos conocemos bien lo que es el Domund. De hecho, cuando
algunos me preguntan a qué me dedico, y veo que decirles que soy el director
nacional de OMP les deja como si les estuviera hablando en chino, les digo:
“Soy el que me encargo de preparar el Domund en España”. “¡Ah, vale, eso es
otra cosa!”. Y, sin embargo, el Domund es una “partecica” del trabajo que
realizamos en esta institución de la Iglesia que se llama Obras Misionales
Pontificias.
Las OMP son –así las ha definido Francisco– la red mundial
que, en nombre del Papa, sostiene la misión y a las jóvenes Iglesias con la
oración y la caridad. Son el instrumento que tiene la Iglesia para hacer
conscientes a todos los bautizados de que ¡son misioneros! (¿se acuerdan del
lema del Mes Misionero Extraordinario de hace justo un año?: ¡”Bautizados y
enviados”!). Si Cáritas nos ayuda a los creyentes a tener presente que la
caridad es una cualidad y una condición para vivir nuestra fe, las OMP, a
través de la animación misionera, nos hacen presente la universalidad de la
Iglesia, porque Cristo tiene ese deseo: que todos los hombres le conozcan y le
amen.
A través de esta red mundial, el Papa nos está continuamente
llamando a no encerrarnos en nosotros mismos, sino a abrir el corazón y la
mente a todo el mundo, a todos los hombres y mujeres que tienen nuestra fe, y a
aquellos que todavía no han tenido la suerte de oír hablar del Redentor y que
viven en esos lugares que llamamos territorios de misión o Iglesias jóvenes. A
ellos quiere el Santo Padre que dirijamos nuestra mirada y les tengamos como
parte de nuestra familia.
Por ellos rezamos, por ellos rogamos al Señor que fortalezca
la fe, la esperanza y el amor. A ellos, porque son parte nuestra, queremos
ayudar con nuestra caridad para que puedan contar con los medios necesarios
para vivir su fe con alegría, con normalidad. Por eso pedimos el fomento de las
vocaciones sacerdotales y religiosas en aquellos territorios, porque
desgraciadamente no pueden recibir la formación cristiana, los sacramentos, el
auxilio de la fe, por falta de trabajadores para la abundante mies. Por eso
pedimos al Señor que ponga en el corazón de los jóvenes el deseo de responder
con generosidad y alegría a la llamada a la misión, y que, mientras faltan esos
sacerdotes y religiosas nativos, el Evangelio no deje de predicarse. Por eso
colaboramos todos, niños, adultos, jóvenes, en sostener esas Iglesias que no
tendrían posibilidad de existir sin nuestro interés por ellos.
Sí, las OMP nos hacen sentir a los cristianos una gran
familia, extendida por todo el mundo. Cada uno distinto, con su idiosincrasia,
con su forma de expresar el amor a Dios, a la Virgen, a los santos y a la
Iglesia; pero todos bajo el manto de esa Iglesia, que preside el Papa en la
caridad. El Domund es una expresión de esa convicción: esta Jornada Mundial de
las Misiones –que se celebra el mismo día en todo el mundo, estemos en
Brasilia, Estambul, Valencia o Freetown– es una forma concreta de vivir esa
comunión y esa responsabilidad de unos por otros y de otros por unos. “Aquí
estoy, envíame” (Is 6,8). Ese es el lema del Domund 2020. Y esto es muy
importante. En esas Iglesias jóvenes, que nosotros llamamos “misiones”, están
hombres y mujeres de nuestras parroquias, de nuestros barrios, de nuestros
pueblos y ciudades, a los que el Señor preguntó: “Y yo ¿a quién enviaré?”; y
que contestaron, con generosidad y con ilusión: “¡Aquí estoy yo! ¡Envíame!”. Lo
suyo no es una corazonada, un capricho, una búsqueda de aventura. Lo suyo es un
discernimiento de amor con el Señor que llama y con la Iglesia que forma y
prepara para vivir esa vocación. Sin esa relación de intimidad con Jesús, no se
puede descubrir la belleza y grandeza de su llamada, y sin el acompañamiento de
la Iglesia, no se puede decir que es una obra de Dios. Por eso, “Aquí estoy,
envíame” es una contestación doble: a Dios que llama y que cuenta con nuestra
libertad, y a la Iglesia, que es la familia de los hijos de Dios y quien tiene
la encomienda de cuidar a todos estos hijos repartidos por el mundo entero.
Díganme ustedes si esto es o no apasionante. Díganme si las
Obras Misionales Pontificias, las OMP, no tienen un lugar precioso dentro de la
pastoral ordinaria de la Iglesia: hacernos a todos sentir el orgullo de
pertenecer a una familia tan grande y tan unida.